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LA MAMÁ DE LUCI FOFFANI PIDIÓ JUSTICIA POR LAS REDES SOCIALES: «NO HUBO CUIDADO, NO HUBO HUMANIDAD, Y AHORA NO ESTÁ»

Romina Foffani, mamá de Luci, la joven que con 16 años falleció producto de una dolorosa enfermedad, explicó que el proceso de deterioro de salud de su nena, pudo evitarse.

De hecho, toda la comunidad estuvo en varias oportunidades involucrada para darle una mano como fuera y su situación no pasó desapercibida para Coronda. La jovencita murió el 28 de marzo pasado.

En una extensa carta difundida a través de un medio santafesino, la mujer dijo que “hace un mes y ocho días que mi vida cambió para siempre. Perdí a mi hija Luciana Foffani, una adolescente de apenas 16 años recién cumplidos, luego de atravesar una pesadilla que comenzó con un simple dolor de rodilla y terminó en el más profundo de los silencios. Hoy escribo esto desde el dolor más profundo, pero también desde la necesidad de contar nuestra verdad. Porque lo que le pasó a mi hija no fue inevitable. Fue el resultado de la negligencia, el abandono y el desprecio del sistema de salud”.

Luego indicó que “a principios del año pasado, Luciana empezó a quejarse de una molestia en su rodilla izquierda. Al principio pensamos que era algo menor, pero el dolor persistía, así que decidí llevarla al médico. La atendieron en el centro de salud de nuestro barrio. No pidieron estudios, solo le dio algo para el dolor y nos mandó a casa como si nada. Yo no me quedé tranquila, porque el dolor seguía, y Luciana no era una chica que se quejara sin motivo”.

Posteriormente dijo que “me enteré que en el nuevo hospital de Coronda atendía un traumatólogo, así que fuimos. La revisó y dijo no encontrar nada. Le pedí una radiografía, la hicimos, se la llevamos, y volvió a decir que no veía nada. Pero mi hija seguía con dolores cada vez más intensos, su rodilla se inflamaba y ya no podía caminar bien. En la escuela me llamaban seguido para que la fuera a buscar. Nadie parecía tomarla en serio”.

“En una de las internaciones que tuvo en el hospital, pedí una ecografía de partes blandas. Como no nos la daban por el hospital, la hicimos por lo privado en el sanatorio de Coronda. El informe decía que todo estaba bien, pero recomendaba una resonancia. Volvimos al traumatólogo con eso, pero ya no quería atenderla. Se notaba el fastidio en su cara cada vez que la veía. Mi hija era una molestia para él. En el hospital comenzaron a tratarla como si fingiera. Médicos, enfermeros, e incluso el personal del 107 la acusaban de simular sus dolores”.

“Recuerdo el día en que un integrante del 107 me preguntó si Luciana no estaría actuando. Le respondí cómo una chica de 15 años podía fingir semejante inflamación. El día que vinieron a buscarla en ambulancia, una enfermera me pidió hablar a solas con ella. Pensé que quería conocer mejor sus síntomas. Pero no: después me dijo que iban a trasladarla a la guardia y el médico me preguntó si mi hija tenía problemas personales o escolares. Me estaban diciendo que todo era psicológico, que era una adolescente buscando atención”.

“Mientras tanto, Luciana se retorcía de dolor, no dormía, no podía caminar, y yo seguía rogando por una derivación, por una resonancia, por un médico que la mirara de verdad. El traumatólogo no quería pedir los estudios. Nos decía que fuéramos a Santa Fe a pedirlos por ventanilla, como si no supiera que eso requiere una orden médica”.

“Finalmente, con la intervención de mi hermano y después de muchas semanas de sufrimiento, conseguimos la orden para la resonancia. La hice por lo privado en Santa Fe. Cuando por fin la tuvimos y la llevamos a un sanatorio, un médico nos dijo lo que nadie antes quiso ver: Luciana tenía tumores en la rodilla. Nuestra vida cambió en ese instante. Lo que muchos decían que era psicológico, era cáncer”.

“Ahí comenzó otra etapa. Más difícil, más dolorosa, más desgastante. Tuvimos que movernos por nuestra cuenta. La llevamos al Instituto del Diagnóstico, a Rosario, al Hospital Italiano. La doctora que la atendió derivó su caso a una junta médica. Al poco tiempo, nos confirmaron que no solo tenía tumores en ambas rodillas, sino también en los hombros. Inmediatamente comenzó el tratamiento oncológico”.

“Luciana estuvo internada en Rosario. Suspendimos su cumpleaños de 15, ese que tanto esperaba, porque estábamos esperando el diagnóstico. Después de semanas de estudios, pudo festejarlo con una sonrisa, aunque esa noche solo pudo aguantar hasta las 2:30 de la madrugada. El dolor no le permitía más”.

“El 27 de septiembre de 2024 comenzó su tratamiento. Cada ciclo era una batalla. Su cuerpo sufría mucho, especialmente después de la medicación intramedular (la PL), que le bajaba las defensas al punto de ponerla en riesgo. Aun así, nunca perdió la fuerza ni las ganas de vivir”.

“En febrero de 2025 le dieron un descanso para que pudiera celebrar sus 16 años. Estaba feliz. El 17 de marzo recibió su última quimio, y al día siguiente, pese a los síntomas, le dieron el alta médica. Fue raro. Ambas sentimos que algo no estaba bien”.

“El 21 de marzo le dijimos a la médica que Luciana tenía cólicos, vómitos y malestar. Nos dijeron que era por la quimio. El 22, la enfermera nos dijo que se iba de alta. La pediatra repitió que era decisión de la oncóloga. A pesar de todo, nos insistieron en que debíamos llevarla a casa. Salimos del hospital con Luciana descompuesta”.

“El miércoles 26, Luciana tuvo fiebre. El jueves se desmayó. No conseguíamos ambulancia que la trasladara directamente a Rosario. Ingresó al sanatorio de Coronda a las 10:30 de la mañana. La ambulancia recién llegó a las 22:30. Era supuestamente de alta complejidad, pero no tenía ni para colgar el suero. No había médico que la acompañara”.

“Ya en Rosario, la médica pidió los papeles y no había nada. El oncólogo que la había visto antes de salir, no tomó medidas urgentes, sabiendo que su estado era crítico. Alegó que no era su médico de cabecera, pero actuó igual con negligencia. Tampoco se respetaron los protocolos de aislamiento. Mi hija, con las defensas por el piso, fue expuesta a todo tipo de riesgos. No hubo cuidado. No hubo humanidad”.

“Hoy Luciana ya no está. Y yo me pregunto cómo puede ser que una chica de 16 años haya pasado por tanto dolor, tantas puertas cerradas, tantas miradas indiferentes. ¿Cuántos médicos decidieron no verla? ¿Cuántas oportunidades de hacer algo a tiempo fueron ignoradas? Mi hija no fingía. Mi hija no buscaba atención. Mi hija pedía ayuda. Y no la escucharon”.

“Hoy hablo por ella. Por su dignidad. Por su historia. Porque nadie más debería atravesar lo que pasamos. Porque la salud pública debe ser una herramienta para cuidar, no un obstáculo lleno de excusas. Porque la medicina sin empatía es solo un protocolo vacío. Y porque Luciana merece justicia”.